Incluso los que estudiamos algo de economía tenemos la tendencia a etiquetar a Adam Smith como “economista”. En realidad, este filósofo fue primero catedrático de lógica (1751) y luego de filosofía moral (1752) de la Universidad de Glasgow, en su natal Escocia.
Su “Teoría de los Sentimientos Morales” fue publicada en 1759, 17 años antes de su más conocida obra, la serie de cinco libros, “La Riqueza de las Naciones” (An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations).
Si queda alguien en las cámaras del congreso dominicano que tenga el decoro de no haber caído en las garras del pragmatismo político, la lectura de Adam Smith le podrá dar aliento.
“Capítulo III. De la corrupción de nuestros sentimientos morales, que es ocasionada por la disposición a admirar los ricos y poderosos, y desdeñar o descuidar a personas de condición pobre.
Que la abundancia y la grandeza se miran a menudo con el respecto y la admiración que son debidos solamente a la sabiduría y a la virtud; y que el desprecio, cuyos únicos merecedores deberían ser el vicio y la locura, es a menudo injustamente sentido sobre la pobreza y la debilidad, ha sido una queja de moralistas en todas las edades.
Son los sabios y los virtuosos principalmente, un grupo selecto aunque temo sumamente pequeño, los admiradores verdaderos y constantes de la sabiduría y de la virtud. La turba son admiradoras y devotas y, lo qué parece más extraordinario, los más desinteresados admiradores y devotos de la abundancia y de la grandeza.
En los estratos superiores de la vida el caso siempre es así. En las cortes de príncipes, en las salas de los grandes, donde el éxito y el favoritismo depende no de la estima de iguales inteligentes y bien informados, sino del favor extravagante y absurdo de superiores ignorantes, presumidos y orgullosos; la adulación y la falsedad prevalecen demasiado a menudo sobre mérito y capacidades.
Todas las grandes virtudes, las virtudes que puedan encajar en el consejo, el senado, o el campo de batalla, están reducidas al desprecio y mofa extremo por los aduladores insolentes e insignificantes que pululan comúnmente en mayoría en tales sociedades corrompidas. Cuando el Rey Luís XIII invitó al duque de Sully para obtener su consejo en una gran emergencia, el duque observó a los favoritos y cortesanos que susurraban uno a otros mofándose sobre su aspecto pasado de moda. “Siempre que el padre de su majestad,” dijo el viejo guerrero y estadista, “me hizo el honor de consultarme, ordenó a los bufones de la corte retirarse a la antecámara.”
Capitulo. II de la influencia de las costumbres y de las modas sobre los sentimientos morales.
…Cuando la costumbre puede dar carácter de ley a tan terrible violación del humanismo, bien podemos imaginarnos que escasamente habrá alguna práctica particular tan grosera que no se pueda autorizar. Tales cosas, oímos decir a diario, se hacen comúnmente, y parecen pensar que esto es una excusa suficiente para aquello que en sí mismo, es la conducta más injusta y más irrazonable.
Hay una razón obvia por la que las malas costumbres no deben nunca pervertir nuestros sentimientos con respecto al estilo y carácter general de la conducta y el comportamiento; lo mismo es válido con respecto al decoro o a la ilegitimidad de usos particulares. …. Ninguna sociedad, en la cual la línea de conducta y el comportamiento de los hombres esté de acuerdo con la horrible práctica que acabo de mencionar podría subsistir un momento.”
Para los canallas que desde sus partido-negocio entienden que el Pragmatismo es la forma de hacer política, les dejo una parte de la definición de la misma que hace el Vocabulario Jurídico Latino publicado por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Católica de Santa María de Arequipa, Perú:
“…el soberano, legítimo desde su instauración en la sociedad política que gobierna, o purificado por la prescripción o el ascenso de los súbditos, puede no manifestarse en todo momento dentro del marco de la virtud o traspasar límites que el derecho positivo y aun constitucional le tiene señalados y cuando esto ocurre se erige su propia voluntad en legisladora y el quod principii placuit se eleva a la categoría de la suprema norma, originando el vicioso sistema que se denomina pragmatismo y que es la política personal llevada al campo de la legislación, mejor, al de la ordenación jurídica.”
LOS QUE QUEREMOS LA DECENCIA SOMOS MÁS
El autor es consultor de negocios.
Email: federico@promarketdr.com
Publicado en el Periodico Hoy el 19 de abril del 2007