Por Federico A. Martínez
Trabajé por muchos años en una de las mayores empresas farmacéuticas del mundo. En ese período me tocó defender la industria de investigación y lo hice con convencimiento; en promedio, desde que se desarrollaba o compraba una molécula nueva hasta que se producía un producto en condición de ponerse en el mercado pasaban 12 años y se invertían cientos de millones de francos suizos.
El precio de esos productos es caro, pero píenselo de esta manera: Si usted tiene $16,846 pesos hoy, puede comprar con ellos $100,000 para ser entregados dentro de 12 años a los intereses que paga el Banco Central, y en esa situación usted no tiene riesgo, su dinero va a estar ahí cuando lo vaya a buscar. En la industria farmacéutica de investigación se invierte millones en decenas de moléculas que nunca llegan al mercado porque el producto no funciona, porque su acción es inestable, porque provoca muchos efectos secundarios, porque su fabricación es demasiado compleja, porque la vida útil es muy breve y un largo etc.
Recuerdo la bienvenida que me dio un Ministro de Salud de un país de Medio Oriente cuando le llevamos a registrar un producto nuevo para la insuficiencia cardiaca congestiva; él fue probablemente el primer paciente del país que se cambió al medicamento nuevo; vi también la cara de desconsuelo con que un indígena del Ecuador salía de una farmacia en la ciudad de Machala cuando le dijeron que ese mismo producto costaba un tercio de sus ingresos mensuales. Tanto en un caso como en el otro la reacción era la correcta; el Ministro era médico y entendía los beneficios adicionales que este nuevo medicamento le traía, al paciente de Machala le recomendé que volviera a su médico y le dijera que él no podía comprar ese medicamento y le recetara algo que estuviera a su alcance.
El caso que vi en Ecuador, como los que suceden a diario en República Dominicana, no hubiese sucedido jamás en Inglaterra, Alemania, Trinidad, Jamaica o en Estados Unidos. Si usted va a un médico porque tiene una infección de garganta en un país desarrollado o donde el ejercicio de la medicina esta protocolizado, sale con una receta de penicilina o eritromicina si es alérgico, aspirina y la recomendación de hacer gárgaras con agua de sal tibia. Aquí si usted va a una clínica u hospital es muy probable el médico le prescriba una cefalosporina de cuarta generación, un antiinflamatorio no esteroide de una toma al día y una solución para hacer gárgaras de marca. Esta última receta, emitida en un hospital de Suiza es el pasaporte para un juicio por mala práctica, con riesgo de perder la licencia.
En todos los países desarrollados o al menos organizados, la práctica médica está protocolizada y los médicos se atienen a los protocolos de diagnóstico y tratamiento. Estos están diseñados sobre la base de la información científica de efectividad y costo, por esto no se indican pruebas de laboratorio o de imagen innecesarias, ni se prescriben medicamentos por criterio subjetivo. El tema de costo de tratamiento es importante; si un tratamiento simple de la amigdalitis cuesta tres dólares, un tratamiento con cefalosporina cuesta sobre cincuenta. El tratamiento simple es efectivo en el 90% de los casos, y el 10% restante se le puede dar el tratamiento caro. Sin protocolo, el costo de tratamiento de 100 pacientes puede ser hasta US$5,000.00, con protocolo el mismo sería de US$770.00.
Contrariamente a lo que se suele pensar, la industria farmacéutica de investigación no vive de explotar los países en desarrollo, el 80% de sus ingresos provienen de los países grandes. La mejor evidencia de esto son las llamadas “enfermedades huérfanas”; para la lepra por ejemplo, el más moderno tratamiento sugerido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de 1981: una combinación de tres antibióticos, dapsona, rifampicina y clofazamina, ninguno de los cuales fue desarrollado para ese propósito. No existe inversión en investigación terapéutica de tuberculosis o lepra porque son enfermedades de países pobres, y esos mercados no pueden devolver en ventas lo que cuesta desarrollar nueva moléculas para su tratamiento.
En el 1977 la OMS lanzó el concepto de “medicamentos esenciales: aquellos que satisfacen la necesidad primaria de salud de la población." Son un listado simple de medicamentos que cubren la inmensa mayoría de las necesidades de salud. Por años la Secretaria de Estado de Salud Pública y Asistencia Social (SESPAS) ha mantenido un programa en este sentido, el PROMESE y todavía no cubren el 10% del mercado nacional. ¿Es que a los funcionarios públicos no les interesa comprar mucho? ¿O es que hasta los médicos pagados por la SESPAS recetan lo que les da la gana? Es notable que nuestro comportamiento en esta línea sea como ricos; en Francia sin embargo, el pasado mes de enero los sindicatos de farmacia firmaron un acuerdo con las aseguradoras sanitarias para fijar los objetivos de venta de los medicamentos genéricos. Con esta iniciativa los sindicatos esperan mejorar el índice de penetración de los genéricos en el mercado francés en un 70% para fin de año.
La industria de investigación no está en contra de la protocolización de la medicina, ni le interesa “destruir la industria nacional”, de la misma forma, a mucha de la industria nacional no le interesa producir medicamentos para la tuberculosis, porque estos se venden por centavos; le interesa producir, a partir de substancias con patentes vigentes, pastillas para la disfunción eréctil y tienen el atrevimiento de promover ilegalmente su uso en jóvenes con consecuencias de corto y largo plazo aún por descubrir.
El rol del estado en la salud, como lo es en la electricidad, seguros, banca y valores es de regulador, parte de esa regulación es protocolizar los procedimientos diagnósticos y terapéuticos. El desarrollo de protocolos de este tipo y su implementación efectiva significarían para la economía nacional un ahorro de decenas de millones de dólares en importaciones, una mejoría notable de la salud de la población en general, con su consecuencia en productividad y una mayor justicia social. Ni siquiera necesitamos ponernos creativos, con copiar o traducir los protocolos existentes se puede crear rápidamente un cuerpo normativo, lo importante es si el Secretario de Salud Pública, como el Superintendente de Electricidad, va a decir luego que no somete médicos a la justicia por violar los protocolos porque “la ley no se puede cumplir”.
El autor es consultor de negocios
Email: federico@promarketdr.com, www.tomandoencuenta.blogspot.com
Publicado en el Periodico Hoy del 18 de octubre del 2003
1 comentario:
Federico: Muy interesante tu analisis.
En tus investigaciones, sabes de algún caso aunque sea parecido al nuestro, en que una sociedad ha podido buscar salidas???
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