Vivaldi |
Casi todos hemos oído las 4 estaciones de Vivaldi, y apreciamos su belleza e “impresionismo”. Esas piezas son suficientes para colocarlo entre los mejores compositores de la historia de la música. Sin embargo, si alguien hubiese dicho hace 70 años que algún día existirían casi un centenar de grabaciones de las mismas, por prácticamente todas las orquestas importantes del mundo, los críticos de la época se hubiesen reído. La razón de esta pobre apreciación de su talento fue su productividad; más de 600 piezas desde poemas sinfónicos hasta óperas. Se atribuye indistintamente a Igor Stravinsky o a Luigi Dallapiccola haber dicho que “Vivaldi no escribió cientos de conciertos, si no un concierto, repetido cientos de veces”. Lo que enseña que la productividad puede tornarse en contra del orfebre.
El sólo hecho de gobernar una empresa, asociación, ciudad, provincia o país nos pone en el grupo de los que habrán de ser evaluados por nuestros pares actuales y futuros. Y todos quisiéramos ser un genio como Mozart, aprender a componer a los cinco años y que hagan una película sobre nosotros.
Desafortunadamente el genio, además de escaso, tiene sus limitaciones. La gente de talento excepcional tiende a ser incomprendido, mal adaptado y poco tolerante con la mediocridad. El genio trabaja mejor solo, está en su pináculo cuando puede dar rienda suelta a sus procesos mentales y se aleja de la gente. Un genio es como un diamante, capaz de descomponer la luz en todos los colores de su espectro e iluminar posibilidades no antes vistas. Como los diamantes es también un bien preciado por sus poseedores, lo rodean de un anillo que le protege y aísla.
No creo que Vivaldi fuera un genio. Hijo de un panadero y violinista se ordenó sacerdote a los 25 años y debido a su asma se le excusó de celebrar misa pasando a ser maestro de violín en el orfanato Pío Hospicio de la Piedad en Venecia. Al año de estar en la posición ya la orquesta y coro del orfanato estaba en gran demanda y se publicó la primera recolección de sus piezas musicales. En los años siguientes Vivaldi machaconamente produjo uno tras otro cientos de piezas. Su grandeza la produjo su trabajo incesante y es a los 45 años cuando produce su obra más popular en nuestros tiempos, “Las cuatro estaciones”.
Vivaldi fue trabajador; cumplió su compromiso con el Pío Hospicio de entregar una pieza mes tras mes. Hizo de su talento su trabajo y la belleza del mismo habla de su amor por lo que hacía. Nuestros políticos tienen una o dos cosas que aprender de Vivaldi. Primero es el trabajo, el quehacer diario no es una chispa de genio, es horas de esfuerzo. Segundo es el amor por lo que se hace; el producto del trabajo, sea un puente majestuoso o la limpieza de una cañada en Guabatico debe hacerse por amor a los beneficiarios de ese trabajo, no por la gloria que la obra nos produce, o peor aún, por los beneficios materiales que la misma nos provee.
Danilo no me luce ser un genio. Espero que su trabajo, su amor por lo que hace, y por los beneficiarios de lo haga, se transmute en su gestión. Las medidas de austeridad anunciadas son extraordinariamente importantes. No por el impacto económico de las mismas, si no por el estilo que señalan.
Las organizaciones tienen el estilo de quien las dirige. El carácter pequeño burgués trepador que llenó la primera clase de American y el Restaurant Don Pepe de funcionarios, cambiado por el decoro de un Presidente que respeta la pobreza de su pueblo podría llenar de hermosas aulas la nación.
No voté por Danilo; temo demasiado la prolongación de una casta de políticos depredadores del erario que no entienden el sentido de la palabra “servidor”. Pido a Dios estar equivocado y que Danilo, como Vivaldi, trabaje todos los días y cada mes nos entregue una pieza que levante un pobre de la pobreza y muestre el decoro que me haga respetarlo.
Federico A. Martinez
LOS QUE QUEREMOS LA DECENCIA SOMOS MAS