Su camiseta color naranja dice "I (corazón) RD". Me acerco y le pregunto qué opina de la reelección de Leonel y me mira con cara de extraño. Esta sentado en el Restaurant El Conde Steakhouse en Broadway con 174, en el mismo corazón de Washington Heights.
Quizás porque a los trece años no sabe ni le interesa saber de política no tiene opinión. ¿Naciste allá o aquí? "Here, man", me responde con acento neoyorquino profundo. Patrick (Patricio, según me entero luego) es el último producto de una nacionalidad en la hégira que muestra un patriotismo de admirar. Ha estado en "La República" dos veces en su vida y atesora los recuerdos de unos primos, en un campo donde hay vacas y un rio y caballos y la abuela le daba café con pan por la mañana.
Julián Oro Duro vocea por el sistema de sonido de El Conde una bachata que podría ser gran compañía de una botella de ron, pero para comer la jode. Una señora delgada y alta atiende la caja ataviada con una blusa amarilla de organdí que resalta la sombra del bigote en su cara y su pelo negro y lacio está recogido al tope de la cabeza en un moño que pasó de moda creo que en el 68.
Y aunque voy por la interestatal 95 para Danbury, en Connecticut, a visitar mis hijos, una salida en la 187 te lleva al mejor arroz, habichuela, pollo guisado y fritos verdes que es imaginable. La ensalada de aguacate con rueditas de remolacha es un extra que baja bien con una Presidente Light y un café de máquina. "Si paga con la tarjeta le cargan el 8 y pico por ciento del tax" me advierte la camarera y finalmente pago treinta dólares incluida la propina; mil pesos por la mejor comida criolla; a 2,500 kilómetros de Santo Domingo es barato.
Patrick es uno de millones de dominicanos que aman una tierra que no conocen. Como a los judíos en el desierto Dios les prometió que serían su pueblo elegido, estos dominicanos de ilusión tienen una dominicanidad genéticamente marcada.
Esto me hace pensar que si el 57% de los que vivimos en la isla nos queremos ir, quizás sería bueno que lo hicieramos. No somos competencia para los políticos que medran de la corrupción, los empresarios a quienes sólo les importan los beneficios que pueden recoger hoy y una clase media para quienes Solidaridad y Compasión sería un buen nombre para una telenovela. Creo que si les dejamos el país, se destruirán los unos a los otros en su ambición y podremos regresar, quizás en tres o cuatro generaciones.
A estos dominicanos de la hégira les resultan familiares términos como Rendición de Cuentas, Derechos Civiles e Imperio de la Ley; los han aprendido en un país donde estas cosas se practican. Cierto, las generaciones que llegaron a "Nueva Yol" llevaron con ellos el "buscársela" con el que sobrevivieron en La República, pero estos nuevos dominicanos de la ilusión no han vivido la injusticia ni el abuso de un estado secuestrado por políticos en contubernio con los poderosos.
Estos emigrantes pobres aquí, les mandan todos los años a los pobres que dejaron allá tres mil millones de dólares ganados en empleos de bajos ingresos. En el Holiday Inn de Fort Lee, NJ el "Handy man" (utility) es Benancio, Benny para el staff de la recepción que lo manda a mi habitación porque el detector de humo no se calla. Benny tiene 14 años en Liberty City y casi no habla inglés. Cuando me ve me pregunta que pasa y yo le explico en ingles de universidad, mientras el mira mis manos que señalan el detector. Es blanco de ojos azules y facciones que cuadran bien a un armenio o a uno de San José de la Matas. Su evidente torpeza me lleva a concluir que no es americano y le pregunto muy lentamente de dónde. "Santo Domingo" es la respuesta que me pone a hablar con él: dónde vive, cuándo llegó, si esta legal, si tiene familia y al final le explico que el detector puede tener un falso contacto; me subo yo en una silla, lo desconecto y lo invito a sentarse.
Hace más de 14 años Benny tuvo una mujer a la que recuerda con nostalgia y sin afecto y un hijo de ambos. "En noviembre hubiera cumplido 19". Una navidad hace mucho estaba en la galería de su casita de Nibaje oyendo un juego de Las Águilas cuando vio a su hijo caer fulminado en la acera por una bala que vino del cielo. "Mataito" fue la expresión, y con la sangre que escapaba por la cabeza de su único hijo se fue también la esperanza, el futuro y el amor.
Benny terminó en Liberty City, casado con una boricua que le ayudo a hacer los papeles y con quien aun sigue junto. Benny no bebe, no fuma, no va a la iglesia y cuando muera no quiere que lo traigan a enterrar aquí.
LOS QUE QUEREMOS LA DECENCIA SOMOS MAS