Nació en el 16, en un campo de Baní. Asistió a la escuela hasta el sexto de la primaria antes de quedarse huérfano de padre. A los 12 años lo mandaron donde un pariente a la capital a trabajar como dependiente de colmado.
Siempre contaba que cuando comenzó a trabajar era tan pequeño que ponía una caja frente a la balanza para poder subirse a pesar “un chele de café y azúcar” que era lo primero que se vendía a las 6:00 AM cuando abrían el colmado.
Trabajó duro y se hizo hombre en “el hospedaje”, detrás del mercado Modelo de la Ave. Mella. A los 16 se mandó a hacer su primer traje de “Drill Presidente” que le costó tres pesos, pues era joven, apuesto y justamente vanidoso. Ahorró y a los 18 años tenía su propio colmado, que eventualmente se convertiría en almacén de provisiones “Casa Federico” en la Santomé detrás del mercado, siempre en el hospedaje.
Era curioso, leía todo lo que le caía en la mano y retenía informaciones que su inteligencia tornaba en conclusiones propias. Tenia un radió “Zenith” en el almacén y seguía todos los boletines de la BBC de la guerra en Europa. En el 39 estaba convencido que los americanos no tenían forma de quedarse fuera de la guerra y que el esfuerzo militar haría el metal escaso. Ordenó una gran importación de cubiertos de hojalata con la imagen de la Virgen de la Altagracia, de quien fue siempre devoto, y efectivamente, los precios subieron. En el 40 ya tenía una fortuna de más de 50 mil pesos, que era un montón de la época.
Su carisma natural, su copiosa lectura y sus dotes de orador lo hicieron fundador de la Asociación de Detallistas de Provisiones y en su primer término como Presidente, en el 1953, construyó el edificio de la Jacinto de la Concha #49. Reelecto varias veces, estableció lazos de relación con la Federación de Comerciantes de Cuba y organizó viajes de los comerciantes dominicanos a La Habana, en una época en la que viajar no era fácil.
Fue Trujillista, y no tenía razón para no serlo. Llegó de la pobreza rural a líder empresarial en un período político caracterizado por la anuencia del tirano como prerrequisito para lograr lo que fuera. Dejó de ser Trujillista en el 1959 por la misma razón; en ese año la Casa Federico se incendió a los pocos meses de haber tomado un seguro con Seguros San Rafael, C. por A., empresa propiedad de "El Jefe". El método de negociar el pago del seguro era meter la gente a la cárcel de La Victoria, donde estuvo tres semanas, hasta que “negoció” un fuerte descuento al pago que le tenía que hacer la aseguradora a cambio de su libertad.
No era persona de arredrarse y a la salida de La Victoria comenzó de nuevo en un colmado que tenia en la calle Benito Gonzáles esquina Del Monte y Tejada y desde ahí comenzó otro negocio de alquiler de “Belloneras” (Wurlitzer) y mesas de billar a negocios de detallistas amigos. En pocos meses tenía decenas distribuidas desde Boca Chica hasta Arenoso en Baní y nuestros paseos de fines de semana incluían ir a cobrar a todos esos sitios. A la muerte de Trujillo abrió un negocio de importación de radios en la calle Santomé y fue de los primeros en traer a Dominicana los radios de dos y seis transistores hechos en Japón. Eran plásticos, brillosos y baratos y se vendían como pan caliente. Cada jueves salía a Miami, el viernes venia de vuelta con un avión “Constellation” lleno de radios y el sábado estábamos saliendo de la aduana con la mercancía liquidada, que se despachaba el mismo sábado, domingo y lunes a los pueblos del interior. Rehizo su fortuna y se extendió a importar mesas de billar y belloneras usadas.
Siempre aspiró a más. No sabía nada de música, pero intuía que la música clásica era importante para la formación cultural de sus hijos. A mediados de los 50 le compró a un embajador de Alemania que se retiraba del país un tocadiscos estereofónico Grundig y una colección de LP’s de música clásica. Durante meses nos hizo oír cada día una pieza clásica, de esa época recuerdo que me gustaba la sexta sinfonía de Tchaikovsky, “La Patética”, sobre todo por la carátula del álbum de la “Deutche Gramophone”; una foto a blanco y negro de un cementerio en un acantilado que mira al mar, probablemente en el norte de Alemania.
La revolución del 65 lo sorprendió. Meses de ver amigos convertirse en enemigos, destrucción y derramamiento de sangre no era un espectáculo para el cual su alma de creador de riqueza estaba preparada. Perdió la fe en la nación y a partir del 66 ya no fue el mismo. Trabajó hasta el 71, año en que salimos de la universidad mi hermana y yo, lo vendió todo y se fue a vivir a Providence, RI primero, donde una hermana de mi madre, a España luego y finalmente México.
Cuando volvieron al país a finales de los 70 mi padre tenía otra visión de la vida, su mundo había cambiado y sus intereses eran otros. El Club de Leones Naco, el Patronato Nacional de Ciegos y otras actividades a las cuales mi madre lo arrastraba eran su principal motivación.
Mi madre fue el amor de su vida, pero le gustaban las mujeres y él les gustaba a ellas. Recuerdo un carro “Mercury” Monterey descapotable rojo que se compró en el 57 y que mi madre le hizo vender después que se exhibió por toda Ciudad Trujillo con Yolanda Montes "Tongolele", una bedete famosa por su mechón de pelo blanco y su cuerpo curvilíneo.
En otra ocasión desapareció por dos días y llamó de Puerto Rico al teléfono de la casa (23-46, todavía lo recuerdo) para avisar que había tenido que hacer un viaje de urgencia. Eventualmente me madre se enteró de que andaba enamorado detrás de nada menos que Libertad Lamarque. Mi padre vio la oportunidad de acompañar al entourage de la artista en un barco que viajaba a Borinquen en el cual se iba la artista, compró el pasaje y se fue sin equipaje. Según el recuento de mi madre, pues mi padre era en extremo discreto en ese aspecto, logró conocer la diva, brindarle champagne y hacerla cantar para él en el bar del barco.
Mi madre era una mujer hermosa. De una belleza elegante y un cuerpo exuberante, a pesar de su pequeña estatura. Mujer de genio “arrevesa’o”, cada vez que mi padre hacía una fechoría mayor, mamá cogía sus dos muchachos y se iba a casa de su madre en Santiago. Viajes, serenatas, promesas de “nunca jamás” y protestas de amor eterno hacían falta para hacerla regresar a la casa en Ciudad Trujillo.
No se si el “nunca jamás” fue estricto, las protestas de amor eterno si. 65 días después de haber muerto mi madre de forma casi repentina, lo hizo él. Como me dijo cuando le hube de dar la noticia del fallecimiento de mi madre, “Dios tiene que corregir la injusticia de llevársela a ella primero”.